La idea es muy sencilla, venir los viernes a la capilla para estar tranquilos, reflexionar y orar.

        Hace seis años comenzó nuestro grupo de oración. La idea era muy sencilla, venir los viernes a la capilla para estar tranquilos, reflexionar y orar. Dicho así parece lo más natural del mundo, pero en la sociedad en que vivimos, plantearse que un grupo de jóvenes dejen su merecido recreo para retirarse unos momentos a hacer oración ya suena más raro. Al principio eran diez o doce los alumnos que venían, pero con los años se ha ido incrementando el número de asistentes y he de decir que la gran mayoría son infalibles a la cita con el Señor.

              ¿Y qué hacemos? Primero leemos algún texto que nos haga reflexionar y nos ponga en disposición de orar. Después un minuto o dos de silencio. Es la parte más bonita y más difícil. A mi me emociona mirarles y observar su silencio en una actitud de verdadero diálogo con Dios. Digo que es la más difícil, pues no olvidemos que a su edad cualquier ruido exterior puede ser causa desencadenante de una carcajada, pero como el humor es una cualidad del amor… seguimos adelante.

              El tercer momento es el de acción de gracias y peticiones que ellos expresan libremente. Tras esto, rezamos un avemaría y nos vamos a trabajar. Durante estos años hemos hecho oraciones especiales por personas que lo necesitaban y pondré algunos ejemplos. Un amigo mío que fue operado a vida o muerte, su familia pidió oraciones a todos los conocidos. Yo lo trasladé al grupo y durante varias jornadas rezamos por el. Milagrosamente salió adelante y en cuanto se recuperó nos visitó al colegio para darnos las gracias. ¡Qué experiencia! Hemos orado también por personas enfermas o con necesidades particulares que a través de los chicos y chicas del grupo nos hacían llegar sus penalidades. También algún profesor nos ha pedido en ciertas ocasiones oraciones por sus familiares. No quiero alargarme, para terminar decir que es una experiencia maravillosa rezar con mis alumnos y que seguro que Dios sonríe cada viernes a las tres y cuarto al verlos llegar. Acabaré con la frase con la que siempre los despido….”A trabajar, os quiero”